domingo, 12 de marzo de 2017

LA MUDANZA


Dos joyas de la literatura de viajes, para mí. Uno, Noticias de Tartaria de Peter Fleming; y, el otro, Oasis Prohibidos de Ella Maillart. El mismo recorrido, dos miradas. Igual osadía.

Viajar desde Pekín hasta Srinagar en la década de los 30 era un acto de valor.

Que hayan aparecido después de tantas mudanzas es un pequeño milagro.

Cuesta encontrar información de Peter Fleming. El famoso fue su hermano Ian, el creador de la saga de James Bond. Pero, se pueden deducir ciertos aspectos de la vida de Peter, gracias a lo que sabemos de Ian. El padre fue un parlamentario inglés que murió en acto de servicio durante la Primera Guerra Mundial. Lo que no impidió que sus hijos se educaran en Eton College, una de las escuelas más elitistas de Inglaterra.

Ella Maillart también pertenecía a una familia acomodada. Era hija de un peletero suizo y una danesa. Dicen que él era un hombre de mente abierta y ella una apasionada deportista, y Ella Maillart fue las dos cosas. Como velerista participó en las Olimpiadas y perteneció al equipo suizo de esquí. Fue modelo, viajó y decidió que la mejor forma de ganarse la vida, sin dejar de vivir a su manera, era escribiendo.

Peter empezó sus andanzas literarias en el colegio, fue el editor del Eton College Chronicle. Estudió en Oxford y fue corresponsal de The Times. En su categoría de periodista del diario británico viajó por Asia y entrevistó a importantes figuras políticas de la región.

Ella Maillart convenció al editor de Le Petit Parisien para que la enviase a cubrir lo que pasaba en Manchuria, el estado fundado por los japoneses en China. Fue en esas circunstancias que Peter Fleming y Ella Maillart se conocieron y se embarcaron en la misma aventura en febrero de 1935. Mi perspectiva occidental geográficamente ignorante necesitaba de mapas cuando leía esos libros. Se me desdibujaban las fronteras y las nacionalidades. China, Rusia, India. Siberia, Turquestán, Mongolia, Manchuria, Cachemira. Supongo que por eso, Peter Fleming, para aglutinar todo ese viaje, optó por un nombre más antiguo y más genérico como Tartaria. Y Maillart por uno evocativo.

Que el prestigio de The Times no lleve a engaño: Le Petit Parisien no era poco relevante entonces. La circulación del periódico francés había llegado a un millón de ejemplares vendidos en 1900, más de dos millones a finales de la Primera Guerra Mundial. Dicen que el día después de la victoria (12 noviembre 1918), superó los 3 millones. Se podría decir que Ella Maillart colaboró con Le Petit Parisien en sus últimos años de gloria, años previos a la Segunda Guerra Mundial.

Posiblemente serían corresponsales igualmente importantes para sus lectores.

Tiendo a pensar que ella era una mujer excepcional, que, en su tiempo, era más de esperar que un hombre fuese aventurero. Y que, aún así, el coraje es una condición interna que no se mide por las expectativas que tengan los demás.

Serían igual de valientes, de cultos, de viajados. Bienvenida igualdad.

No recuerdo cual leí primero, si Noticias de Tartaria o el relato de Ella Maillart. De las sensaciones sí tengo memoria. Al principio la narrativa despiadada de Fleming me molestaba. A poco andar, empezó a cautivarme su humor, su falta de diplomacia y cero preámbulos. Oasis Prohibidos de Maillart, en cambio, me atrapó enseguida. Su ternura, su curiosidad, su tolerancia.

Y aquí estoy, desempacando, sacando el polvo a libros y recuerdos,  encontrándome con cajas olvidadas en bodegas de amigos. Retrasando lo inexorable. Imagino a Ella a mi lado, acariciando mi gata y a Peter fumando y mirando por la ventana, con un chaleco de esos de los fotógrafos con muchos bolsillos, como uno que tenía Ignacio que me encantaba.

Preparo café. Mi último capricho (o el primero): Una cafetera que sí da olor a café.

No sé cuántas veces me he mudado. Tendría que ver las casas primero, en mi cabeza, después tratar de ponerles años y así me acercaría a la cifra.

Imagino que Ella tendría los ojos grandes y azules como mi gata; y Peter a medio camino del verde al marrón, como los míos.

No sé cuántas maletas he hecho. Las de ellos serían pesadas, antiguas, bonitas.

Ella era unos años mayor que él. Peter tendría un aire un poco arrogante, al menos, en una primera impresión, Ella sería amable.

Pongo fin a mi vida con Ignacio y pienso en ellos. Los releo, en medio del polvo y los objetos rescatados de mi naufragio.

Siete meses duró su viaje por esos parajes que me resultaron tan ajenos, tan complejos y sus sentimientos tan próximos.

Sospecho que Peter sería un hombre distante, quizá difícil como compañero de viaje. A veces, me parecía que Ella Maillart mantuvo intacta su capacidad de asombro y me identificaba con ella. Con los años, creo que soy más parecida a él.

Ahora, le pediría un cigarro a Peter y le explicaría que estar con alguien que no cree en ti es contagioso. Que dejas de creer en ti, que no crees en el otro y que, sin darte cuenta, estás metido en una espiral de desesperanza. Y empezaría a toser porque no fumo y sus cigarros son fuertes y él se reiría. Ella me traería un vaso de agua.

Me he ido yo. Nuestra casa no era mi casa. Su mirada estaba en otra parte. Ya no viajábamos juntos. Ni literal, ni metafóricamente. Mi abuela dice que los jóvenes no aguantamos nada, que no luchamos. No estoy de acuerdo. Ya no somos jóvenes y sí aguantamos, demasiado.

El nuestro podría haber sido un hermoso viaje de exploración mutua, de haber seguido interesados el uno en el otro. Podríamos haber sido como dos viajeros extranjeros en territorio desconocido, viviendo la aventura de nuestras vidas. Pudimos correr riesgos.

El nuestro pudo ser un viaje épico y la nuestra pudo ser una historia fascinante.

Lourdes Andrés

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